A.V. Briceño
Sevilla 20/02/21
Decisiones, gustos, pensamientos, críticas y distintas ideologías convierten a un individuo en un ser hambriento de rebeldía y dominio.
En cualquier parte del mundo, las palabras son el arma que apuntan en la frente al falso moralista. A ese que actuará como víctima en la palestra. A lo largo de nuestra vida hemos escuchado o compartido momentos con personas que manifiestan "el diálogo es la mejor herramienta para solucionar todo tipo de conflictos". Una frase muy desgastada y, a la vez, hipócrita.
Entre poemas, rimas, líricas, izquierda, derecha, nacionalismo y, aunque no lo crean, en democracia se ha perdido la sociedad. Las expresiones convertidas en canciones, poemas, obras de teatro y gritos han desangrado a las élites que se creían intocables, sin embargo, en pocos casos, los creadores de las denuncias en el arte han tenido que reproducir su destino en una maleta camino al destierro. Aunque los intocables hagan ruido con sus leyes se debe tener claro que con ruido no se amedrenta el objetivo y la armonía de la verdad. En este laberinto de demagogia y apología, también, se encuentran los que se aprovechan de la libertad de expresión y con su astucia creen que tienen la facultad para vociferar y cometer delitos.
Si observamos nuestro alrededor, todo es de cristal y no, no son los materiales que forman parte de las fachadas a lo que me refiero. ¿Observó? Ahora, no pido que me dé la razón, pero sí que reflexione lo siguiente. La sociedad se ha convertido en materialista, ególatra, delicada, incluso se ofende por lo mínimo y, a través de las distintas vías de comunicación, se atreve a burlar de las situaciones de padecimiento que han tenido que vivir un sinnúmero de seres humanos utilizando como justificante la "libertad de expresión". Sin olvidar, que existen otros, los ofendidos, que utilizan la frase "un daño moral" cuando la moral no se registra en sus acciones.
Así vamos por la vida: creyendo que un puesto laboral, un poder político, un estatus económico, unos estudios, una habilidad, una elocuencia y hasta una carencia de principios éticos nos da la potestad para crear un caos social. Enfrentamientos con un objetivo desorientado y autoridades que, realmente, no tienen idea de lo que pasa fuera de su oficina y antes de hablar para las cámaras de un medio de comunicación solo miran, porque es muy difícil que lleguen a observar, por la ventana o, también, buscan una piedra para dar su discurso e incluso escriben su filosofía en Twitter.
Quien conoce la evolución de la relación del individuo con la sociedad sabe que las manifestaciones o las movilizaciones sociales han derrocado gobiernos, organizaciones, incluso al patrón o patrona tirana del lugar de trabajo. Entonces, hoy, una multitud de ciudadanos gozan por lo que lucharon. Sus derechos. Ellos tenían sus objetivos claros en una época donde la tiranía era ley y, únicamente, la revolución era orden. Mientras que, en el siglo XXI se respira, se come y se tiene que aguantar una polarización que está logrando la fragmentación social y una escasez de criterio e identidad.
Sin importar desde que bando ideológico, moral o social, pero el día que se tome decisiones y se actúe de manera justa, prudente y sabia existirá una poderosa y verdadera libertad de expresión para que gobierne la virtud y no la pasión de unos intereses personales. Si ese día es mañana, probablemente, Hasél no sentirá que vive en España, "una estancia del infierno", los actuales políticos no gobernarían el planeta, el vandalismo no lo vestirían de manifestación, algunos miembros de las fuerzas de seguridad no abusarían de su poder y, esta vez, usted defenderá su criterio e identidad.